martes, 20 de diciembre de 2011

La princesa no quería amar.

Para ella el amor
no era cosa de razón
y como sin saberlo
cortaba cabezas
sin querer correr riesgos.

Siempre dulce
Siempre encantadora
siempre aunque esquiva
tuvo oportunidades
para conquistar.

Lo único que la princesa
sabia al menos
era que jamás quería
dañar.
A si misma se dijo
que su corazón no se iba
a enamorar...
Por que el amor
era algo sin razón.

Y así por propio decreto
un día cayó en las fauces
de lo que ella tanto evitó.

Y descubrió
Y descubrió
Y descubrió
Que la flor del amor
de pensamientos
no iba a florecer.

Que para enamorarse
sólo hace falta
vivir desde el corazón.
Y se enamoró
como tanto ella criticó.

No había razón. Se sorprendió.
Y de tanta emoción muchas veces lloró.
Fue tan sólo ver esos ojos.
Y así saber que existía algo superior.

No había motivos para dudar.

Ella sólo sabía una única verdad.
Ella sólo sabía que ahora conocería
poco a poco lo que era amar.

Tanto a la vida como al cielo
tanto al amado como al universo
que comparten por igual.

Era darle libertad
al caballero
que la fue a rescatar
de los brazos de la razón.

Era darle alas
caballero que la sanó
de la locura
del vivir sin corazón.

Sin engaños. Sin trucos.
Sin facetas. Sin flores
Y sin regalos para princesas.

Logró lo que tantos
pretenciosos.
A guerra falsa
no pudieron.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Yo amaba a mujeres malvadas.

Me dijeron que
las princesas aún existían
Yo supe poner
ojos en la mujer que dañaba.

Jamás en la que amaba.
Y decía que mujeres más malvadas.
Ahora veo que era yo
quien jamás se amo.

Y pasaron los años
me encerré en un castillo
hecho de hielos y sal
ninguna musa podría llegar.

Me confíe en mi guarida
me aseguré con mis temores
avanzaba prepotente
sólo como fachada.

Y como aliento de aire
con delicado soplo amoroso
sin propuestas ni intenciones
sin mucha luz ni exuberancias.

Llego una princesa a amarme
vestía sorpresas y cantaba colores
delicada y pequeña
fuerte bañada en misterios.

Derritió sin preguntarme
y sin quererlo
ese castillo llamado ego.
Quedé sin escudo. Sin ballesta.

Desnundándome
supo hacerme ver quien
era el caballero
que había bajo tanta armadura.

Aunque a golpes
tuve que quitarme el yelmo
y sólo con lágrimas pude
reanimar el corazón casi muerto.


Por ella hoy camino
alimentando mi alma
con amor e incluso
puedo decir que conocí a Dios.